«Eso ha sido así toda la vida».

La primera parte de la receta es el texto y la imagen compartida por el gran Alex Richter-Boix en twitter: “Visualización gráfica del síndrome de las referencias cambiantes y su implicación en la conservación del medio ambiente. Cada generación aceptamos como referencia de «normal» la naturaleza que conocimos de pequeños, usándola como referencia para evaluar los cambios”

Días atrás, discutimos con frecuencia sobre temas como el auge de las especies exóticas invasoras, el movimiento progatos callejeros, el declive acelerado de especies silvestres, los ríos secos que antaño corrían sin mayor problema o las fuentes que manaban en la sierra y de las que bebíamos y bebía toda la fauna. También comentábamos acerca de momentos clave en nuestra niñez que nos hicieron guiar nuestros pasos infantiles hacia la naturaleza y el campo, en vez de hacia otros menesteres que diesen dinero o fama. Y como ingrediente final, hoy al llegar a Madrid afinando oreja (algo que muchos hacemos por defecto o porque muchas veces trabajamos mirando al suelo y así podemos saber qué especies de aves nos acompañan) me he dado cuenta de que solo escuchaba dos especies en el portal y en el jardín: cotorra argentina y cotorra de Kramer. Aunque luego han aparecido unas urracas que han sido recibidas casi con ovación cuando han osado, impertinentes, romper la cacofonía cotorril.

Apoyemos a los científicos, igual que apoyamos al cirujano que opera de corazón a nuestra madre sin discutir su técnica, no cuestionamos al profesional que nos arregla la lavadora, la instalación de fontanería o el embrague del coche, sin intentar parecer “todólogos” expertos que discuten lo que no se puede discutir.

Como contrapunto, mientras repaso estas líneas que envié a Javier Marquerie (El Vuelo del Grajo) en versión preliminar y que me ha hecho repasar y ampliar, mientras escucho los últimos abejarucos y golondrinas daúricas en el pueblo, alistándose para cruzar en pocos días el Estrecho (donde espero verlas en breve). Una tórtola turca y unas oropéndolas dan la turra en la cálida tarde, mientras un bando de gorriones comunes, unos estorninos y algunos pardillos y jilgueros revuelan entre el nogal y el huerto hasta la parra del vecino, se desplazan por los tejados y buscan agua y comida en el seco domingo de agosto, cuando los pollos aún pían intentando camelar a sus progenitores para que les alimenten de gorra, aunque están ya emancipados. Nada que ver con el aburrídisimo, estomagante y monocorde coro de cotorras, que cada vez va a más, mientras la biodiversidad urbana va a menos.

No escribo estas líneas por capricho. Las escribo porque no es solo la biodiversidad urbana, es también la rural, la marina o la de montaña la que está en un declive que, como señala la imagen que acompaña a estas líneas, solo percibe quien trabaja en el tema o quien ha tenido la oportunidad de conocer por actividad y edad durante las pasadas décadas. En este momento, el consenso científico apunta a que estamos sumergidos hasta el cuello en la sexta extinción, la que se produce en el Antropoceno, debido principalmente a la actividad humana. La misma actividad despegada de la naturaleza que nos hace ser responsables del calentamiento global (que no cambio climático), del incremento de eventos catastróficos, del calentamiento del Mediterráneo hasta superar los 30º C en el agua (veréis que gota fría más divertida vamos a tener a finales de verano). Somos los responsables de la desaparición de los glaciares del Pirineo, de que el Danubio o el Rhin bajen casi secos en Centroeuropa, de que en UK mueran docenas de personas por golpe de calor o de que en USA haya migrantes climáticos que abandonan la zona de los tornados o las grandes inundaciones buscando no perder sus casas y sus granjas cada año. Vamos, que estamos de mierda hasta el cuello. Por nuestra culpa. Pero alguien dirá “esto ha sido así toda la vida”. Y ese es el problema.

Pero, además, y en una escala más local, somos los responsables de que las especies exóticas invasoras aumenten y afecten a las delicadas especies mediterráneas, ya de por sí al límite. No tomamos las decisiones correctas y mareamos la perdiz por capricho, queriendo aprobar “listas positivas de mascotas” en modernas leyes escritas por gente sin formación ni información científica. Hay asociaciones y agrupaciones, cinturones ciudadanos y partidos buscando “alternativas éticas”, “soluciones no cruentas”, o simplemente dilatar un proceso que no nos gusta a nadie como es el de capturar y erradicar aquellas especies a las que la ley nos obliga a capturar y erradicar, para proteger (también por ley) a aquellas especies autóctonas protegidas por nuestra legislación. Pedimos derechos para los animales que tenemos cerca, como el ganado doméstico y las mascotas, lo que es altamente recomendable y loable, vaya por delante. Pero a la vez negamos los derechos de las especies silvestres que garantizan el funcionamiento correcto de los ecosistemas de los que depende nuestra supervivencia, y nos negamos a sacrificar de forma rápida e incruenta animales a los que, según algunos, es mejor condenar a cadena perpetua hacinados en jaulas “porque es ético” desoyendo el consenso de los científicos y los expertos.

Conseguimos quemar cientos de miles de hectáreas de naturaleza por diversos motivos, entre los que abundan la codicia, negligencia, mala gestión y egoísmo y escasean los pirómanos reales (los considerados como enfermos mentales). Cuando pasa el tema incendios aparece la sequía y los “todólogos”, que no asistieron a clase el día que se explicó el ciclo del agua, nos hablan de más embalses, de imposibles transvases y de otras milongas, para perpetuar un modelo de gestión imposible de mantener. Son los mismos que niegan la contaminación del Mar Menor o la ilegalidad del dragado del Guadalquivir, la desecación de Doñana o el mercantilismo y las mafias ligadas a la extracción ilegal de agua en Levante, el Jerte o Doñana, asociadas a la moderna técnica de poner en regadío hasta los almendros y los olivos (o los cerezos). Los que consideran que la contaminación por purines de las macrogranjas o los nitratos agrícolas no deben preocupar a la ciudadanía, que solo debe consumir sus productos, que nos matarán a medio plazo, por agotamiento de los recursos naturales. “Esto ha sido así de toda la vida”, volverá a decir alguien.

Aún más: frente a los hechos irrefutables que hablan de extinciones, agotamiento de los recursos naturales y calentamiento global por causas antrópicas, aparecen los que llaman “ofendiditos”, “preocupaditos”, “progres”, “ecolojetas” o “genocidas” a quienes intentan poner coto y freno a la sarta de barbaridades sin sentido; a los que luchan por preservar Doñana, por evitar el expolio del agua, la contaminación por fosfoyesos en Huelva o por lindano en Aragón, las presas absurdas en terrenos deslizantes, las urbanizaciones de lujo en espacios naturales protegidos o los hoteles en dominio público hidráulico. Y así, la mierda que llegaba hasta el cuello empieza a estar insoportablemente cerca de la boca, mientras nos ponemos de puntillas para no tragarla.

Ahora mismo creo, cada vez más, que en muchas ocasiones todas estas discusiones a causa de las EEI, el calentamiento global, las mascotas y la pérdida de biodiversidad urbana, rural, planetaria o cósmica se dan con gente muy ligada a entornos urbanos, o muy jóvenes. O ambas cosas. Sin contar a los que tienen claros intereses económicos y niegan todo por sistema, claro. Gentes con las que a veces me siento tentado de citar a Rutger Hauer en el tremendo monólogo final de la épica Blade Runner con aquel “he visto cosas que vosotros jamás creeríais”. Cambiando las naves de ataque más allá de Orión y las ráfagas de rayos cerca de la puerta de Tanhauser por bandos de miles de sisones en invierno en La Serena, baños en el Duero en Zamora capital, millones de saltamontes en los caminos y campos en verano, explosiones de efémeras en el Ebro, que ya casi no se dan, muchísimas golondrinas, tórtolas, codornices y vencejos en primavera… o compartir poza con un desmán ibérico un septiembre en Gredos cuando era estudiante de Biología. Y es que, como ilustra Alex en su hilo, no tenemos las mismas referencias de partida. Y es una pena y un problema, pero a la vez nos conciencia de la importancia, la urgencia y la necesidad de luchar por recuperar la biodiversidad, sin necesidad de que nos lo imponga nadie más que el más elemental sentido común.

Lo positivo es que hay varias generaciones que podemos dar la batalla; generaciones que casualmente coinciden con los que crecimos con las grabaciones de radio y los programas de Félix Rodríguez de la Fuente, los documentales de Jacques Cousteau y David Bellamy, la sabiduría y divulgación científica de Sagan, Attenborough o Asimov, con el Fauna Ibérica, el Fauna Mundial y los cuadernos de Félix. Los que pasábamos en el campo los fines de semana, los veranos y cualquier momento disponible, escapándonos a correr pollos de perdiz, buscar nidos de cernícalo, dormideros de búhos chicos, cuevas con murciélagos, ríos con cangrejos o canchales con lagartos que, de vez en cuando, nos propinaban algún que otro pellizco o mordisco para espabilar al listo de las rodillas sucias que los cogía a mano desnuda.

Esas generaciones tenemos que espabilar ahora de nuevo. Y muy especialmente los que nos dedicamos a la conservación, a la divulgación, a la ciencia o al ecologismo. Porque tenemos lo que poca gente tiene: datos, información veraz, experiencia de campo y un bagaje acumulado que nos hace ver con perspectiva y mantener esas referencias de partida donde la biodiversidad era muy alta. Y explicársela a quienes se ven limitados por la falta de información y conocimientos. Nos toca remangarnos como tantas otras veces. Y alzar la voz y defender lo que el sentido común dicta, y que coincide con las recomendaciones de los grupos de especialistas en las materias que nos ocupan: el Grupo de Especialistas en Especies Invasoras de la IUCN, el Panel Intergubernamental de Cambio climático (IPCC) de la ONU, la “satánica” Agenda 2030 de la UE y hasta el Papa Paco, que al paso que lleva me obligará a replantearme mi ateísmo si no sufre antes un “misterioso accidente” por su posicionamiento en tantos temas incómodos. Todos insisten en actuar rápido, en atajar el problema identificado de forma rápida y efectiva antes de que vaya a más, en contar con la opinión de los expertos y científicos y dejar de tocar las narices, básicamente.

Hay que volver a hacer las cosas bien, no porque nos lo marque la política europea o el Tratado de Kioto, o el de Estocolmo, que lleva desde los años 80 penando por los rincones sin que le hagan mucho caso los políticos y magnates del mundo. Si ya en el siglo XIX había científicos avisando del potencial problema en el planeta si se seguía quemando carbón a lo loco, ¡joder!. Y eso que la cosa acababa de empezar. Aquellos científicos no eran muy sospechosos de estar comprados por el NOM, Soros, Gates, los comunistas judeomasónicos de la Agenda 2030 o los illuminatti, pienso yo. Pero ya decían lo mismo que hoy con más del 97% de consenso científico. Y eso, aunque Aznar, el primo de Rajoy, “Isidoro” (solo los de cierta edad entenderán esta referencia) o los negacionistas de ultraderecha quieran que cerremos los ojos y traguemos.

Debemos hacerlo aún a riesgo de tener que tomar posturas y decisiones impopulares entre políticos y gente con otras referencias o sin ellas (especialmente referencias científicas y de infancia natural). Debemos hacerlo a pesar de lo que nos duele a quienes, con una profunda vocación, nos pusimos a militar en el ecologismo y el naturalismo y a estudiar biología, veterinaria, forestales, ecología o a intentar ser divulgadores o “bichólogos”, porque nos gustaban los bichos y su conservación. Porque nos gustaban – y nos gustan- todos los bichos, pero en los ecosistemas en los que son funcionales y no un problema. Igual que nos gustan los eucaliptos y los pinos en su justa medida, los cultivos de regadío donde tocan y son legales, el bienestar animal y que la gente tenga mascotas (perros y gatos) en casita, y dejemos los animales silvestres en paz. Y apoyemos a los científicos, igual que apoyamos al cirujano que opera de corazón a nuestra madre sin discutir su técnica, no cuestionamos al profesional que nos arregla la lavadora, la instalación de fontanería o el embrague del coche, sin intentar parecer “todólogos” expertos que discuten lo que no se puede discutir.

Y es que al final, lo que buscamos es mantener viva la llama de la esperanza y dejar un medio natural a quienes vengan detrás, mejor que el actual, o incluso mejor que el que recordamos de niños. Porque (y con esto termino), no queremos acabar como Roy Blatty con su “…all those moments will be lost in time, like tears in rain. It´s time to die…

Lo que más me jode es que quienes discuten y niegan la pérdida de biodiversidad o el calentamiento global tampoco habrán visto Blade Runner. Y si la han visto, no han entendido nada…

No, el ecologismo no quema el monte.

La durísima temporada de incendios forestales que están padeciendo España, Portugal y Francia está movilizando a la opinión pública. Las recientes declaraciones de Carlos Suarez-Quiñones, Consejero de medio ambiente de la comunidad de Castilla y León, no han hecho sino avivar las llamas dialécticas que ya devoraban las redes sociales. De sus respuestas a la SER y de la información vertida por los medios de comunicación se extrae que las causas de este empeoramiento se deben a la despoblación, a la política de protección de los espacios naturales y al cese de actividades del primer sector de producción agroganadera, entre otros factores. Toda la crítica parece centrarse en los planteamientos ecologistas y conservacionistas y en la demonización de la mal llamada maleza, que no es sino el monte bajo y, especialmente, el sotobosque. Frente a esta corriente de pensamiento aparentemente única, surgen voces de profesionales del medio ambiente que llaman a la reflexión y al estudio de los datos históricos. En este artículo, Juan Miguel de la Fuente, técnico ambiental, especialista en seguimiento de fauna (Pandion Estudios de Fauna y Medio Ambiente) y autor del libro monográfico El Gallipato (Pleurodeles waltl) tratará de contestar a las numerosas cuestiones que se plantean al respecto, analizando los datos oficiales de los que se dispone.

¿Arde el monte debido a la despoblación rural?

Contrariamente a lo esbozado por los medios de comunicación no especializados, la disminución de habitantes del medio rural no está ligada al aumento de la superficie perdida por el fuego. En una contraposición de datos, podemos ver que en 1985 el pico histórico de superficie incinerada, desde que existen datos fiables, con 484.474 hectáreas quemadas, se dio cuando la población rural aún era el 26% de la población total. A partir de ese momento hay un evidente descenso en el número de hectáreas quemadas (salvo años puntuales), como las menos de 24.000 hectáreas del año 2018, coincidiendo con un censo de la población rural más bajo, situándose por debajo del 20% de los habitantes de España. Si analizamos estos datos, nos damos cuenta de que la superficie arrasada por el fuego disminuye a lo largo de la historia, al mismo tiempo que crece la despoblación rural. No parece, por lo tanto, que tenga alguna relación con el aumento de superficie quemada. Incluso, podría parecer lo contrario. Según datos del MITECO, en la década de los 80 el número de grandes incendios forestales fue más del doble que las dos siguientes décadas.

Por supuesto que los medios contra el fuego han cambiado mucho en estas décadas. Equipos, vehículos y conocimiento han evolucionado mucho. Y el músculo, potencia y profesionalidad, que puntualmente ofrece la Unidad Militar de Emergencia (UME) también ha de ser tenido en cuenta respecto a las estadísticas, desde que este cuerpo se fundó en 2006, durante el primer gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Además, la implementación de sistemas digitales y satelitales, así como otros medios de vigilancia y lucha activa, como drones, han ayudado a que las cifras aterradoras de la devastación de los incendios de los años 80 hayan disminuido drásticamente. Pero aceptar esta idea, desmonta aún más el concepto creado de que el fuego cabalga a lomos de la despoblación.

¿Arde el monte porque no dejan pastorear?

Basta con darse una vuelta por el monte para ver que se puede pastorear. De hecho, no solo no está prohibido, sino que recibe ayudas directas e indirectas de la Unión Europea, el Gobierno Central y las Comunidades Autónomas. Además, estamos viendo incendios forestales de grandes dimensiones en Ávila, provincia que reúne el 85% de la trashumancia de todo el país, o en Málaga, que es el territorio español con el mayor censo de cabras domésticas. De hecho, es en el noroeste ibérico -la zona más afectada por incendios de manera recurrente y de manera histórica- donde se concentra la mayor parte de la ganadería extensiva. Una vez más, los datos y estadísticas confirman esta realidad. Si miramos las causas de los incendios forestales intencionados, vemos que los relacionados directamente con el pastoreo suponen casi un 30%, solo por detrás de la quema agrícola ilegal.

La ganadería tradicional no es, por supuesto, un agente incendiario sistemático. Lo es la gestión que hacen de los recursos naturales un número indeterminado de ganaderos y la costumbre tradicional de dar fuego al monte bajo – e incluso bosques- con el fin de obtener espacios abiertos, facilitando así las labores de pastoreo. Al respecto, ya el Ingeniero de Montes Santiago Pérez Argemí arranca el VIII capítulo de su libro Las Hurdes, escrito en 1921, con esta contundente frase: “No puede ser más deplorable el aspecto que nos ofrece las montañas hurdanas. La codicia e ignorancia de los pastores han destruido la riqueza forestal, quemando los árboles dejando limpias las superficies carbonizadas (…) las llamas que destruyeron las semillas han consumido las raíces que aprisionaban la tierra, han quemado el manjar de las abejas y han abierto paso al pedregal, que avanza como ola de muerte sobre la yerba destrozada”.

¿Arde el monte por las leyes de los ecologistas?

Desde los años 90, coincidiendo con el aumento de la conciencia sobre la conservación del medio ambiente, la profesionalización del sector y la renovación de leyes redactadas, cuando la gestión solo se centraba en el rendimiento económico y no en el conocimiento científico, la superficie forestal ha aumentado casi un 10% en España. Contrariamente a lo dicho frecuentemente en medios de comunicación y redes sociales, las gráficas indican, que, aun habiendo aumentado la masa forestal, el total de la superficie quemada ha disminuido en un 50%. La ampliación de esos espacios forestales y la disminución del impacto de los fuegos está directamente relacionada con las leyes de protección, conservación y gestión de los recursos naturales.

Estas leyes, que generalmente son atribuidas a los ecologistas, como si estos fueran una entidad con capacidad legislativa, han sido escritas e implementadas por los sucesivos gobiernos estatales. Estos gobiernos, de uno u otro signo y en mayor o menor medida, han ido aceptando que la defensa del medio natural es fundamental. La protección de los ecosistemas, la defensa de la biodiversidad y el cambio climático están, sin duda, sobre la mesa de los consejos de ministros desde hace décadas. Pero son los gobiernos autonómicos, en muchos casos, los responsables en ciertas materias medio ambientales que inciden directamente sobre el tema que tratamos. Es el caso de los dispositivos antiincendios, la delimitación de zonas de pastoreo o las autorizaciones para la gestión de los recursos. Y para quitar toda duda sobre el origen ecologista de las mencionadas leyes, basta recordar que son gobiernos autonómicos como el Castilla y León o el de Asturias, que se manifiestan públicamente a favor de cazar especies estrictamente protegidas o en contra de los Parques Nacionales, los que regulan sus espacios naturales y que no se les puede tachar de ecologistas.

Como se aprecia en la gráfica, casi el 70% de los incendios intencionados son provocados por la quema para regeneración de pastos y las quemas ilegales agrícolas. Ambas prácticas prohibidas por leyes creadas para evitar los incendios forestales. ¿Son estas las leyes de los ecologistas?

¿Arden los bosques porque no se limpian?

No: arden porque se les prende fuego. Los incendios naturales por rayos suponen tan solo un 4% de los incendios totales. El resto se podría evitar con más vigilancia, sanciones más duras y leyes que prohíban pastorear, construir, cultivar o cazar durante décadas en zonas quemadas para evitar la especulación posterior al siniestro.

Esto no quiere decir que no haya que limpiarlo. Si hay cartuchos, restos de plástico de la agricultura o cualquier otro tipo de basura hay que limpiarlo y denunciarlo a las administraciones. Pero el matorral y el sotobosque, lo que el desconocimiento hace que se le llame maleza, forman parte del bosque. Son parte de la biodiversidad y de ella dependen un sinfín de especies de animales y vegetales. Eliminarlo sistemáticamente para que no se queme, sería como eliminar los árboles para que no se quemasen. Más bien habría que protegerlo.

¿Los cazadores son los primeros que apagan los fuegos? ¿Antes se gestionaba mejor? ¿Hay suficientes medios?

Preguntas como estas y otras muchas más, lanzadas como afirmación, son las que estos días aparecen continuamente en los medios. En ocasiones, son ideas repetidas, como mantras tradicionales, transmitidos de unos a otros y en los últimos tiempos amplificadas por las redes sociales. Son parte de ese cúmulo de verdades dogmáticas que dominan el conocimiento tradicional de lo rural. No podemos solucionarlas todas, pero algunas se contestan por sí solas. Los que apagan los fuegos son los bomberos. Si hay un incendio y te acercas a ayudar, no te lo van a permitir. Es un trabajo de profesionales. No obstante, se da por hecho que, cualquier ciudadano que vea un fuego hará lo que esté en su mano, independientemente de su hobby. Tampoco se debe llevar agua ni comida a los animales después de un incendio. Los supervivientes buscarán nuevas zonas, pero si se les ceba, no se marcharán y evitarán la regeneración de la superficie calcinada. El buenismo y la visión Disney de algunos colectivos es perjudicial para el medio ambiente en general, por lo que la gestión debe estar en manos de profesionales, con formación y sin intereses económicos.

Antiguamente la gestión se basaba en el rendimiento económico, por lo que se plantaban monocultivos, en muchos casos de especies pirófitas, a lo que llamaban bosque y que son los que se queman sin control en la actualidad. La evolución de los conocimientos sobre el medio ambiente está haciendo que, poco a poco, se camine hacia una gestión forestal sostenible, realizada por profesionales, que sirva para que el número de hectáreas quemadas siga descendiendo, la masa forestal crezca y se vayan reconvirtiendo los monocultivos en bosques de verdad, donde la biodiversidad sea la que esquive los incendios de forma natural, gracias a los cambios en la vegetación, que evitan que se propague el fuego.

En todo lo anterior, lo más importante son los medios de los que disponemos para seguir luchando contra los incendios. Hace falta más vigilancia, más sanciones y más duras, más profesionalización e investigación y, sobre todo, que se empiece a dar a los bomberos forestales el valor que se merecen. No consiste en abrir los telediarios diciendo que son héroes, sino con sueldos y contratos dignos, formación y medios materiales para hacer su trabajo con todas las garantías de seguridad.

Quedan muchas cuestiones y temas en el tintero, como la propiedad privada, que en muchas ocasiones impide la gestión correcta de la zona, el acceso a los dispositivos antiincendios o que los animales escapen del fuego. Se necesitan mayor número de torres de vigilancia antiincendios ocupadas por personal permanente en temporada alta, caminos y pistas practicables y mantenidos durante todo el año, que permitan el acceso adecuado en caso necesario. También acabar con la descoordinación entre comunidades autónomas a la hora de aplicar protocolos o dispositivos. Y, finalmente, que la realidad medioambiental que nos ha tocado vivir esté presente en las mesas de todos los políticos a la hora de tomar decisiones.

Reflexión

A veces este ritmo de la vida me viene grande. Imagino que este tiempo, en el que todo pasa tan deprisa, me está pasando factura. Observo tantos cambios a mi alrededor que me cuesta asimilarlos.

Realmente quisiera que el tiempo se tomase su tiempo. Cada vez que voy al campo, me han cambiado algo: Olivos de regadío, placas, roturaciones donde antes había un vergel para las esteparias. Sombras donde antes veía luz.

Extremadura está cambiando a pasos agigantados y me duele. No encuentro palabras para describir tanta pena. Lágrimas que quisieran hacer ríos donde ya no fluye el agua. ¡Qué le estamos dejando a nuestros hijos! Cojo aire y respiro…

Soy lo que fui, sigo siendo, pero no entiendo como la especie humana puede ser tan destructiva con su propio medio, para ella, para sí.
No es fácil entender este mundo de humanos… si hubiera sido un lobo, viviría al día, aún con todas las trabas que me hubieran puesto. Quizá sí. Tengo que serlo en cuerpo y alma, aguantado hasta el final, pero es tan difícil. Tanto, entender todo esto que me cuesta la misma vida.

Seguiré siendo libre. Dónde me dejen, dónde pueda, con los míos. Con mi manada, hasta el último suspiro. Y aún me quedan fuerzas y nunca desistiré en dejar a nuestros hijos lo que se merecen. Aullidos que retumbaran siempre en lo más profundo del bosque.

Resistiremos, manada.

¡Auhhhhhhh!

12/11/21

CABS: A la caza del cazador furtivo.

Leo el título que le hemos puesto a este vídeo y pienso que se ha apoderado de nuestras entendederas el mismísimo cabrón de Harvey Weinstein. Creo que nada más darle al play aparecerá cualquier estrella rutilante de Hollywood repartiendo hostias con mucho glamur. Y algo hay de eso.

Cuando el activista anónimo del vídeo me llamó para proponerme que los grajos volásemos un par de semanas junto a ellos para ver, en primera persona, cómo localizan, persiguen y denuncian delincuentes, le pedí algunos datos, cifras y detalles. En realidad, no hacía falta: estaba absolutamente interesado de antemano. Pero me hice el interesante. Vino bien esa conversación. Al pensar luego en todo lo que me había contado, vino a mí, cual rayo luminoso y textual, la frase: “Mi nombre es Aldo Raine y estos son los Bastardos. Nos dedicamos a matar nazis y eso lo hacemos de puta madre”.

Claro que aquello era ficción, con mucho de comedia y acción a borbotones en gama de rojos. Y esto es la realidad. Realidad a las 5 de la madrugada y con la caza ilegal como tema principal: La tensión de la búsqueda y el acecho. El hecho de andar en equilibro inestable sobre el pretíl de cazar a los cazadores furtivos con técnicas y medios furtivos: jugar en su propio terreno y con sus propias armas. Si, emoción y acción brotan a chorros.

En determinados entornos hostiles, cuando hablas de la matanza masiva de aves migratorias te proponen que cruces el Mediterráneo y se lo digas a los del otro lado del charco, que se pasan la ley por el forro y matan mucho más que ellos y con artes carentes de toda moral. Hacen esa propuesta de viaje cultural con la letanía implícita, reiterada y machacona de “a ver si tiene huevos de decírselo a ellos”. Pues bien, estos activistas lo hacen. Se meten en el mismísimo Líbano a tocar las narices en el lugar más complicado que quepa imaginar. Y te cuentan que “lo más importante para actuar en Malta, es saber conducir bien para poder huir rápido”. O en su Instagram ves a un tipo con la cabeza reventada por un palo que le dio un furtivo en Chipre. Y entonces ya sabes que contestar en esos ambientes hostiles.

CABS, que así se llama la organización de origen alemán, actúa en los países mediterráneos desde hace 40 años. Primero se dedicaban a destruir y fastidiar las trampas y lugares de caza. Veinte años más tarde cambiaron de estrategia: se habían dado cuenta que aquello solo paraba la matanza el tiempo justo que tardaba el vicioso del delincuente en comprar una nueva red o levantar un nuevo parapeto. Fue entonces cuando se pasaron a la acción en cooperación con las autoridades. El cambio fue radical. Por ejemplo, cuando desembarcaron en España hace once años, lo primero que hicieron fue un censo de lugares donde los tramperos le daban matarile a la fauna. Salió una lista de cerca de 3000 instalaciones permanentes. Hoy en día quedan muy pocas operativas y por el camino se han llevado por delante a más de 300 cazadores furtivos. ¿Cuántas aves han podido salvar?

Y al final resulta que si: Se llaman CABS, se dedican a cazar cazadores furtivos y eso lo hacen de puta madre.

Disfrutad del vídeo y celebrad la existencia de CABS. Por cierto, el acrónimo es de Committee Against Bird Slaughter, que significa Comités Contra la Matanza de Aves.

Fotografía para la conservación.

La vinculación de esta asociación con la conservación viene de muy lejos. Esta potente organización, formada por un número aproximado de 600 miembros, tiene una sección dedicada por entero a este asunto. De ella han salido productos tan reconocibles y reconocidos como el Decálogo Ético del fotógrafo de naturaleza, que, junto al Manual de buenas prácticas del fotógrafo de naturaleza (actualmente este título se está poniendo al día), forman la guía que contiene los principios que deberían regir el comportamiento de un fotógrafo que se identifique como “de naturaleza”. De hecho, en la página web de AEFONA se puede leer como descripción de esta comisión que su existencia es debida a la necesidad de “mantener de una forma colaborativa y dinámica, los más altos estándares éticos y conservacionistas en nuestros diversos ámbitos de actuación, con el ánimo de ser un ejemplo de integridad y comportamiento, especialmente para las nuevas generaciones de fotógrafos y para los que se acercan a la fotografía de naturaleza”. Entre sus objetivos está, en primer lugar: “impregnar en todas las actividades de AEFONA, la esencia de la fotografía de conservación, para que formen y sean seña de identidad de nuestra organización”.

El Decálogo Ético del fotógrafo de naturaleza y el Manual de buenas prácticas del fotógrafo de naturaleza forman la guía que contiene los principios que deberían regir el comportamiento de todo fotógrafo que se identifique como “de naturaleza”.

Con estos fines convocan anualmente el premio Fotógrafo Conservacionista del Año, promueven la formación para que la práctica de la fotografía de naturaleza tenga el menor de los impactos y, por supuesto, organizan estas interesantes jornadas.

Inspiración. Motivación. Ciencia.

Con el fin de conocer de primera mano el estado de los proyectos de conservación más interesantes que se desarrollan en España, la Comisión de Conservación y Ética propuso para el sábado 13 una serie de conferencias muy sólida.

Iván Parrillo, biólogo, coordinador del grupo local SEO/Birdlife en Córdoba y miembro de la Plataforma por la Conservación de las Aves Esteparias y sus Hábitats, habló sobre el estado de los espacios y especies en la campiña, ante los nuevos usos. Antonio Marín Cañones, director del Parque Natural Sierra de Andújar detalló los recursos disponibles en el Parque para la fotografía y observación de fauna y las medidas que se toman para mantener un ecoturismo sostenible en ese entorno. Los avances en la recuperación del águila imperial en Andalucía, fue el tema tratado por Agustín Madero Montero, coordinador del programa de recuperación de esta especie en la comunidad autónoma. Y Germán Garrote, técnico de la Agencia de Medio Ambiente y Agua de Andalucía, hizo una interesante exposición sobre los avances realizados con respecto al lince ibérico.

La conservación, la preocupación por el medioambiente y la biodiversidad son asuntos que deberían estar muy presentes en la agenda de todos aquellos que, de forma regular, salen al monte por cualquier razón:

Tras estas tremendas dosis de trabajo, constancia y ciencia, en proyectos bien realizados y con mejores resultados, se planteó una mesa redonda sobre el papel de la fotografía. Una vez comprobado que todos -organismos, ONG, asociaciones, empresas y fotógrafos- estaban de acuerdo en que la fotografía es un elemento fundamental en el desarrollo de este tipo programas y en su posterior difusión, el manido -y nunca resuelto- tema del voluntariado: las ONG, la fotografía y el papel que desempeña el dinero y la compra de fotos, ocupó una buena parte del debate sin que se llegase a una conclusión de validez universal. En el proceso de conversación si quedó claro que lo deseable y a lo que hay que aspirar es a que todo proyecto tenga adjudicada una partida presupuestaria o, al menos, incorpore en su equipo humano la figura del fotógrafo.

Fotografía aplicada a la conservación.

Tras las inspiradoras conferencias del sábado, el domingo se reservó para manifestar que, efectivamente, el movimiento se demuestra andando. Porque así, a priori, uno puede pensar que la fotografía de denuncia o un brillante artículo de investigación o fotos de animales que sirvan para dar a conocer la biodiversidad y su estado son las únicas opciones para situarse en el lado conservacionista de la vida. Pero, aunque fuera así, luego quedaría el asunto de “colocar” esos reportajes y que lleguen al medio de comunicación adecuado. Tiene que existir ese “algo más”. Trascender más allá del muro social del que participe el autor: esa es la cuestión. ¿Pero y si la propuesta es mucho más creativa y rompe esos corsés? Sin duda, como se pudo ver durante la mañana del domingo, las posibilidades son mucho más amplias.

El domingo, tras una tranquila salida al Parque Natural de la Sierra de Andújar, fue el turno de exposición para personas que, de una manera u otra, aplican la fotografía en proyectos vinculados a la conservación. El programa de intervenciones tocaba por todas sus aristas el complejo poliedro que es la conservación.

Fotografía para ilustrar ciencia ciudadana.

Un hombre, preocupado por el número de animales que mueren atropellados, comienza a recopilar datos. Fecha, hora, punto geográfico y, por supuesto, especies accidentadas pasan a formar parte de una base de datos que arroja una valiosísima información, al tiempo que proporciona datos estadísticos muy interesantes. El paso de los años hace que la recopilación de datos ascienda hasta las 700 entradas. Con algo así, ya se podría empezar a pensar en censos y fluctuación de las poblaciones. Pero, además, si documentas fotográficamente cada uno de esos atropellos y decides buscarle un sentido estético tendrás Réquiem, el trabajo de Luis Alberto Domínguez. Un proyecto que además de lo dicho, conciencia de un problema muy grave.

Fotografía para cambiar conciencias.

Andújar, hasta hace poco, era el reservorio genético esencial del lince ibérico. Sin esta sierra la especie se hubiese perdido. Pero también era, y es, una zona eminentemente cinegética donde no se entiende el campo y su propiedad si no va de la mano de la caza. Esto significaba que la presencia de depredadores silvestres no era muy bien acogida por parte de los gestores de las fincas, lo que llevaba a una persecución activa de todo animal que pudiese representar una posible competencia. Al lobo ya se lo llevaron por delante y el lince hubiese seguido la misma suerte de no haber sido por la política de conservación y reintroducción de la especie.

Pero en Andújar no todo el mundo salía al monte con un rifle al hombro. Este era el caso de un jovencísimo José Luís Ojeda, que desde chaval militó en las filas del ecologismo de acción en el monte y al pie de las manifestaciones. Desde bien pronto entendió que la fotografía era un elemento esencial para la conservación. Con el tiempo, se convirtió en un eje fundamental de su vida. Fundador de la empresa Iberian Linx Land, de sobra conocida por sus hides y rutas por las sierras de Andújar, Cazorla y Mágina, con el lince y las grandes águilas como protagonistas absolutos de su trabajo, José Luís, con sus compañeros e iniciativas, logró, desde dentro, ayudar a cambiar la mentalidad de los, hasta ese momento, enemigos acérrimos de los depredadores. Con la fotografía como elemento y herramienta fundamental, consiguió que el lince no solo fuese apreciado en su naturaleza misma, sino también como un animal que puede generar movimiento turístico muy respetuoso con el medio ambiente, brindando muchas oportunidades económicas a la comarca.

Fotografía para ayudar a financiar un proyecto de conservación.

Dejamos para el final el caso expuesto por Vicent Ferri, miembro de la Fundación Victoria Laporta, operativa desde 2003. Sus objetivos se centran en: el conocimiento de los ecosistemas, su flora y fauna, y su preservación; mejorar la puesta en valor del patrimonio cultural y etnográfico de la Sierra de Mariola; la formación de profesionales en medio ambiente y en educación ambiental. Todo ello, en un territorio de 600 hectáreas, en mitad del parque natural de Serra de Mariola, Alicante. Recuperar cultivos en ecológico, plantar especies autóctonas, recuperar terrenos y fauna y, además, participar en la formación de gestión ambiental de futuros profesionales y de introducción a la naturaleza a edades tempranas suena fenomenal, pero requiere de una financiación nada fácil de obtener. En este punto, entra a jugar la fotografía. Media docena de hides, caracterizados por ser gestionados de manera absolutamente ética y responsable, ayudan directamente en el aspecto económico de la fundación. Por ellos pasan una media de 150 fotógrafos al año y sirven para realizar talleres de fotografía de fauna, al tiempo que cumplen la importantísima misión de permitir a los más jóvenes estar cerca de la naturaleza y tener contacto visual con animales, lo que de otra manera sería imposible.

Estas tres intervenciones son en sí mismas una muestra de hasta dónde puede llegar la fotografía ligada a la conservación, pero también podrían servir para ello las propuestas que hicieron el resto de los ponentes. Las impresionantes fotografías de Roberto Garcia-Roa que ilustraban su alocución, “La otra Fauna: Fotografía para su conservación”; Lola López Fernández y su “Escucha la Naturaleza”, y Gabi Llorens y el libro Los dominios del lince ibérico, completaron el programa de intervenciones de esa mañana.

La conservación, la preocupación por el medioambiente y la biodiversidad son asuntos que deberían estar muy presentes en la agenda de todos aquellos que, de forma regular, salen al monte por cualquier razón: laboral, de ocio o deportiva. Quizá -y como poco- deberíamos entenderlo como una compensación, justiprecio o donación, debida a eso, a la naturaleza, que tanto nos da. Y los fotógrafos que desarrollan su trabajo -en todo o en parte- profesional o amateur, en el medio natural, no escapan a esta deuda ética para con la naturaleza.

Yo soy pajarero, ¿tú qué eres?

¿Eres acaso un simple observador de aves?, ¿te consideras un ornitólogo?, ¿te calificarías a ti mismo como un fotógrafo de pájaros?, ¿tal vez como un twitcher?, ¿quizá eres un dibujante de naturaleza?, ¿un anillador?, ¿un investigador o un científico?, ¿específicamente un zoólogo?, ¿un tourleader de avifauna?, ¿un naturalista?, ¿un animalista?, ¿un peluchista?, ¿un silvestrista?, ¿un cetrero? O puede ser que, contra todo pronóstico, ¿seas un cazador que ama tanto las formas de vida emplumadas que necesites poseer hasta su último suspiro?

Queridos grajos, y amigos todos de la controversia, es esta la época —en el marco de nuestra privilegiada posición geopolítica— de las tribus del tiempo libre, del posicionamiento ideológico incluso en el hobby, de la autodefinición en el asueto, del nacionalismo hasta en lo superfluo, de la exclusión en el adjetivo más innecesario, y de la sorna entreverada en el elitismo de la comparación.

Nos aburrimos mucho en Occidente y, en consecuencia, hemos creado sofisticados pasatiempos: unos practican zumba, otros escalan ochomiles y algunos persiguen pokémon en los baños públicos; mientras, los más visionarios, aquellos que mejor han entendido los entresijos de la postmodernidad con la que lidiamos, blanquean trimestralmente sus esfínteres más expuestos a la abrasión.

Con voluntad de romper el hielo, os confieso, que mi entretenimiento favorito —espero que compartido con muchos de los que vais a leer este texto— es el de observar aves. Y como le sucede a un buen puñado de los que están enganchados a este sudoku de color verde, especialmente a aquellos que el asunto les ha pegado bien fuerte, yo personalmente me aplico a conciencia y dedico una ingente cantidad de tiempo a crear todo un entramado filosófico que, en este rocambolesco contexto aviar, justifique mis excesos, normalice las obsesiones, relativice los déficits y, ya que estamos, minimice mis vergüenzas.

Y todo esto viene al caso porque, al final, la mayor parte del esfuerzo de campo, la intensidad del viaje o el momento glorioso acotado por un par de oculares 10X40, queda con frecuencia condensado en una publicación de medio pelo en el Facebook o en una foto mediocre subida a Instagram. Hay honrosas excepciones —¡faltaría más!— a esta superficialidad resultadista pero, lamentablemente, son pocas las almas que escapan a los tentáculos de su hambriento ego y al ansia de un rápido reconocimiento público.

Desgraciadamente, un número apreciable de nosotros —yo soy el primero que debo hacer una espinosa autocrítica— intentamos remozar la borrosa imagen, la mediocre observación, o el dato fenológico sostenido con alfileres, que obtuvimos en el fin de semana, con un aura científica, artística, y /o mística; en el mejor de los casos, es habitual que tratemos de argumentar el encuentro interespecie desde un ángulo a duras penas acolchado de sostenibilidad. Untamos nuestras acciones, no siempre sencillas de defender, con un bálsamo del que emana un olor a rancio ecologismo, que al final incluso nos repele, y del que tratamos de no abusar, de la misma manera que evitamos los excesos en la aplicación de esas pomadas antiinflamatorias con peligroso contenido en corticoides.

Cogemos aviones, conducimos cientos de kilómetros, nos gastamos inconfesables cantidades de dinero en telescopios terrestres, teleobjetivos y cuerpos de cámara; pagamos cantidades escandalosas de divisas a un guía para ver una especie concreta y algunos contamos con bibliotecas que, atiborradas de textos relativos a identificación, compiten con la de Alejandría no solo en volúmenes sino también en pretenciosidad; pero siempre lo hacemos sospechosamente en aras de la conservación del medio natural y no es raro que encima prediquemos las bondades de nuestro patrón etológico desde un púlpito moral al que no se le conoce mácula.

Quizá lo más hipócrita es que “nuestra” personal forma de abordar la actividad, que al final debería resumirse en sencillamente disfrutar de las aves, nos parece la idónea y ejemplar. Y aún peor es la facilidad con la que despellejamos al resto de modalidades, ya sea en privado junto al grupo de acólitos de nuestro modus operandi, o en público desde el estrado virtual de una de las múltiples redes sociales a nuestra disposición que, como todas, nos invita a verter bilis, hiel y frustración al peso, no sin cierta dosis de regocijante anonimato.

Todos hemos leído, o escuchado, juicios de valor acerca del peligro en la manipulación de las aves por el “anillador”; a muchos nos rechina el pomposo enfoque de aquel que se auto-define como “ornitólogo” y, asimismo, renegamos y diferimos de los argumentos del “profesional” de la identificación; por supuesto y también —muy en boca últimamente en los mentideros de pajareros—, desconfiamos de la ética de aquellos fotógrafos que depredan a cualquier precio el instante que quedará enmarcado rectangularmente en 45,4 megapíxeles dentro del círculo de su ambiciosa imaginación.

No gastamos pudor en despreciar a los que solo buscan “rarezas”, nos cabrea el exceso de aplicación de reclamos con el objetivo de atraer artificialmente al objetivo de la jornada, fiscalizamos y jerarquizamos al usuario de la página de observaciones en función del guarismo final en su lista del Paleártico Occidental, dudamos de la cita del pajarero que adolece de la suficiente experiencia, y desestimamos el trabajo del que no sube los datos a eBird.

Este barbecho de minas, que muchos hemos contribuido a crear, ha propiciado el florecimiento de compartimentos estanco en el desarrollo de nuestras respectivas modalidades y, como se veía venir, esta creciente desconfianza hacia el colega, ha desembocado en la aparición de comportamientos cuando menos curiosos si es que no podemos tildarlos directamente como aberrantes. Existen documentados casos de observadores que se han callado durante semanas, o incluso meses, la cita de una determinada especie, no tanto por preservar la tranquilidad del ejemplar sino por asegurarse la exclusividad de la observación o de las imágenes obtenidas de la misma. Y luego están las enfermizas, e hipnóticas en su estupidez, situaciones —sin duda mis favoritas— en las que supuestos amantes de las aves han compartido observaciones tan jugosas como falsas, en alguna ocasión ilustradas con una fotografía tomada en otro lugar del mundo cuando no directamente robadas de internet.

A pesar de que, por suerte, no son comunes los muy bizarros lances antes mencionados, lo que sí que estoy detectando personalmente, de un tiempo a esta parte, es que, cada día más, las citas de interés se aportan sin una localización precisa del ave. Por supuesto, esas coordenadas serán compartidas en un entorno cerrado y de confianza dentro de los principios del autor de la misma. Aquellos que no se han ganado ese selecto estatus social tendrán que, de querer verlo, buscar el pájaro a lo largo y ancho de la provincia o, en el mejor de los casos, en la generosa cuadrícula de tranquilidad que haya permitido el celo del responsable. De esta forma el elegido evita que una desagradable ristra de indeseables disfruten de la especie en cuestión (aunque en principio no tenga por qué haber problema respecto a posibles molestias o de que no se trate de un ejemplar especialmente sensible en su temporal escala o invernada) pero, sobre todo, se consigue que esa morralla pertrechada de óptica comprada en el Lidl no incomode a los auténticos “profesionales”.

Sin embargo, es curioso que en otros países, con una tradición incluso más antigua de observación de aves por parte de un grueso poblacional amateur, sí que permiten disponer al populacho de datos exactos confiando en un comportamiento exquisito por parte de los potenciales interesados en ver al animal (Dutch Birding, la página de citas ornitológicas en Países Bajos, es un buen ejemplo de ello). En esos territorios impíos no parece existir, por parte del pajarero total que sale con frecuencia al campo en busca de especies golosas —dejándose los cuernos, pasando frío, calor y/o penurias—, ese resquemor hacia el urbanita carroñero que se aprovechará de su ímprobo esfuerzo y, babeantemente, parasitará la sensacional cita y adulterará el recuerdo de la misma.

Estoy convencido de que aquellos que no comparten ubicaciones, y gustan de entornos humanos discretos y de máxima intimidad, pueden justificar sin despeinarse sus reparos, de nuevo, desde una aproximación conservacionista (fundamentada en el sano ánimo de que el ave sea lo menos disturbada posible). Como ya he dicho antes, este argumento no tiene necesariamente que estar completamente desapegado de la realidad y en ocasiones, ocultar una ubicación concreta, es absolutamente necesario y comprensible (véase el reciente descubrimiento de mochuelos chicos en los Pirineos). Sospecho a título personal que, lamentablemente, en muchos casos no suele ser la única motivación para hacerlo y, a menudo, esos burdos eufemismos solo sirven de excusa para expiar consciencias carcomidas por otras emociones menos confesables y me temo que mucho más infantiles.

No obstante creo que precisamente desde ese supuesto y sostenible punto de vista es desde el que menos se sustenta dicha actitud. Me explico…

Vivimos un momento crítico en lo que respecta a la salud de la biodiversidad general y, en consonancia, más que preocupante en lo que a la evolución de las poblaciones aviares se refiere. La generalidad en los números censados de nidificantes muestra un acusado declive en todo el planeta y hay comunidades que comienzan a dar síntomas de extenuación ecológica. El panorama a gran escala es sencillamente dramático y la impresión que le queda a uno es que, triste e independientemente de los esfuerzos que hagamos y de los recursos que se movilicen, es más que probable que lleguemos tarde para salvar de una inminente extinción a una buena colección de especies.

Aun así, no tenemos otra opción que mantener la esperanza. En este sentido, barrunto que todas las variantes del aficionado a ver pájaros van a ser importantes en esta lucha. Es obvio que algunos serán más relevantes, y otros lo serán menos, pero me parece del todo irresponsable rechazar, despreciar, o ningunear al novato u al observador superficial que —ya sea porque está empezando, porque tiene poco tiempo o porque, simplemente, carece de recursos— no puede desempeñar su actividad de la manera que se ajusta a nuestro particular y purista concepto.

En la actual y maniquea guerra por la preservación del medio natural, y en el recrudecimiento que se avecina, en la que pelearemos contra hordas de negacionistas del cambio climático, defensores de un liberalismo económico sin freno, cazadores sin escrúpulos y, sobre todo, enjambres de zombies a los que, esta historieta que nos hemos montado los ecologistas, los progres o el lobby científico de turno, les resbala por pura ignorancia, vamos a necesitar a cuantos más simpatizantes, o convencidos de la causa, seamos capaces de reclutar.

Atendiendo a la enorme cantidad de población desinformada y medioambientalmente abúlica existente, una vez más, entiendo que la Educación va a ser primordial para el devenir no solo de las aves sino de nuestra propia pervivencia. Y estoy convencido de que para conseguir que el aborregado ciudadano medio aprecie el valor intrínseco de cada singular especie, o entienda la imprescindible función en el ecosistema de cada eslabón, van a ser cruciales aquellos que mejor han entendido el papel de las aves en cada nicho, los que son excelentes identificando subespecies, las eminencias del anillamiento, y los virtuosos de la comunicación y de la interpretación de la naturaleza. Pero no os quepa duda alguna de que los realmente insustituibles serán los que hayan asumido, hasta sus últimas consecuencias, las reglas de cooperación (o del falso altruismo) que llevan funcionando con éxito, entre diferentes organismos, desde hace más de 3500 millones de años en la historia de la vida.

El poner trabas a que otros se animen a participar en la conservación de las aves (incluyendo a los que sin salir al campo castiguen sin su voto a aquellos partidos que no demuestren compromiso con lo más importante), sea desde el punto de vista que sea, o el no facilitar que personas discretas —o familias con prole en edad de ser improntadas en el gusto por disfrutar de jornadas al aire libre— se desplacen para enfrentarse a un determinado divagante e injustamente privarles de la adictiva dopamina (y en ocasiones de oxitocina) que recibirán como premio al improbable encuentro, es en mi opinión una nefasta decisión. En este mismo sentido, el desestimar ofrecernos como apoyo en una solicitud, por parte de alguien menos versado, respecto a cómo enfocar una identificación compleja, o directamente criticar otras aproximaciones a la observación de aves a partir de generalizaciones —que lo único que hacen es desunir y crear animadversión—, pienso que no solamente suponen posturas poco asertivas sino que implican tirarnos piedras sobre nuestra propiamente tejida, pero fragilísima, red japonesa de protección.

Ahora entiendo que aquellos que hayáis leído hasta este punto el texto estaréis pensando: “¿y tú qué propones que hagamos, tío listo?

Pues bien, después de dejar claro que yo no soy ejemplo de nada (pero que también escribo lo que me da la gana), podríamos comenzar por asegurarnos, en los próximos plebiscitos, de no elegir a políticos tan impresentables como analfabetos —si es que esa utopía es asequible—, y así exigir a los futuros y leídos representantes, inversiones cuantiosas en Educación general, y en formación ambiental en particular, acompañadas de frecuentes controles exhaustivos (que sean muy poco burocráticos y fluyan dentro de un pragmático consenso avalado exclusivamente por científicos) para los docentes que, con una formación real y continua, impartirán las clases —en la medida que se aplique una necesaria flexibilización de tanta mamarrachada dentro de los currículos— con la máxima transversalidad para que el alumno llegue a interiorizar que no solamente ha sido llamado a filas sino que será protagonista en la resolución del mayor desafío al que la humanidad se ha enfrentado en su historia.

Y una vez masticada y deglutida la anterior perogrullada, sería interesante —se me ocurre, después de darle muchas vueltas al asunto entre cerveza y cerveza— que pudiéramos seleccionar democráticamente un representante hispánico de cada facción (un inexperto preguntón, un anillador sin proyecto, un wildlife photographer de los de rompe y rasga, un carroñero de citas, y también a esa hiena a la que todos sabemos capaz de matar por la rareza que le falta para alcanzar el nirvana, junto a un largo etcétera de exóticos morfos) y forzar un encuentro consensuado en, por ejemplo, Monfragüe, Estaca de Bares, Gallocanta, Villafáfila, Doñana, el Delta del Ebro, Santoña, Fuenlabrada o Rivendel.

Allí, una vez metidos en harina, y tras las pullas, los insultos, las amenazas y los combates cuerpo a cuerpo, quedará establecida una comisión venerable. En mi imaginación —exagerada y febril— se forjará “La Comunidad del Prismático”, pues esa herramienta binocular, me da la impresión, representa nuestro único denominador en común. En palabras de Sauron: “Unos prismáticos para gobernarlos a todos…”.

El principal cometido del ecléctico comité será velar por encauzar y reconducir a los observadores de bien, y por ende a las criaturitas observadas, hacia ese objetivo compartido que nos salve de una desaparición próxima y, ya de paso, del bochorno actual.

Pero volviendo al principio —y ya solo por curiosidad—, yo soy PAJARERO

¿Tú qué demonios eres?

Cata y Pepa

A Cata lo que más le gustan son las cabras. Pepa no puede escoger, se queda con todas las habitantes de la granja. Pepa tiene 10 años y Cata 11. Solo se llevan 16 meses.

A Pepa no le gustaría ser cazadora ni zoóloga, no le gusta estudiar a los animales encerrados y no le gusta la ciudad, porque allí se siente como si no cogiera el suficiente aire. Cata conoce el nombre de todas las cabras. No le gusta que haya muchos niños en las aulas, porque así no se puede aprender bien -pese a que saca unas excelentes notas- y le encanta provocar a su hermana. Ambas saben lo que comen, lo que beben y de dónde sale.

Pepa dice que no hay sitios para esconderse en Trujillo, que ella no tiene sitios. Ahora estudian allí y están a caballo entre la ciudad y el campo. Cata, sin embargo, usa toda la casa para esconderse, eso dice Pepa mientras ríen las dos. Cata sujeta la cámara en silencio dentro del hide que han construido con su padre, mientras Pepa me habla. Ayer pasamos dos horas aquí Javi y yo y apenas vimos nada. Hoy no llevamos ni diez minutos y ya se ha acercado el ruiseñor. Cuando cogen la cámara para hacer fotos aparecen todos los animales, parece que estuvieran esperándolas.                                                                                                                                   

En Las Lucías, Cata busca a sus dos amores, Cafetito y Marítima, dos chivitos. Pepa cuando necesita estar sola se va a la charca, aunque todo el mundo sabe dónde está. Las dos hacen gimnasia acrobática y tocan el piano. Les gusta la música y ver pelis en el ordenador resguardadas en la sombra de la siesta, después de un buen baño en la piscina.

Pepa no sabe porqué su padre tiene tantas cabras y además no le parecen tantas, porque «la mayoría de la gente tiene mil». Su padre a veces mata algún cabrito para la cena, que están muy ricos. Lo mata, lo destripa, le quita la piel, los cuernos y al día siguiente lo corta y lo mete en la nevera. A la oveja Rosita la criaron a biberón y ahora ya es bien vieja. Tampoco saben cuánto dura la vida de una oveja, ni hace falta, ese tiempo no es importante ahora.

Hablan de la jara pringosa, de la oropéndola y del bosque de robles, con la misma naturalidad que de lo que pasa en Piratas del Caribe, en sus juegos o en sus fotos. Les encanta enseñarlas y no es para menos. También me cuentan la historia de Martín Copo de los Milagros y me dicen que fue un cabrón prematuro nacido en la montaña. Su padre dijo que era un milagro, Pepa lo quería llamar Copo y Cata, Martín. Le encantan las flores amarillas y que le rasquen entre los cuernos y la cabeza, doy fe, pero no le gustan las margaritas, porque saben mal. Aquí en Las Lucías todos colaboran en las tareas y forman parte de los milagros diarios.

Ya no se tienen hijos con veintipocos, ahora se tienen con 30 tardíos. Educar a alguien, cuando tú estás en tu propia vida aprendiendo a saber lo que quieres, conlleva más intuición que prudencia (esta idea no es mía, me la contó una amiga y me parece muy real). Mi generación, e incluso la anterior, son padres cuyos hijos son, además de hijos, proyectos. Los hijos aparecen cuando ya se tienen muchas cosas claras en la vida. Para lo bueno y para lo malo, los padres son hoy, más que nunca, educadores activos de sus hijos.

Vivimos en una sociedad donde prima la “experiencia”, la aparente idea de ser más consciente solo por el mero hecho de dormir en el campo o hacer yoga en un retiro. Nos creemos más espirituales que el de al lado, porque hemos dejado el móvil apagado un día. Solo nos estamos mirando el ombligo, solo estamos pensando en nosotros y en nuestras vivencias. No tenemos ni idea del tipo de araña que nos acompaña en nuestra “experiencia” con la naturaleza, pero vamos pregonando las bondades y ventajas de estar en ese medio. Utilizamos la naturaleza en nuestro beneficio como terapia personal o como moda pasajera, como un medio para sanarnos, sin conocerla. La conservación implica conocimiento para saber comprender. Sin saber no podemos respetar, por mucho que insistamos en que hay que hacerlo.

Escuchando a Pepa en nuestro paseo tuve un alegrón; igual todavía podemos renacer como especie dentro del círculo que nos corresponde. Igual los más pequeños pueden encontrar la verdadera comunión con todo lo que nos rodea y enseñarla a los demás desde la naturalidad y la vivencia real. Estamos programados para conocer, lo sabes cuando escuchas y observas a Cata y Pepa, pero también sabes que es muy fácil programarnos por el camino de la ignorancia, la incomprensión y la falsa empatía.

Por eso, cuando miramos esos cuerpos pequeños que huelen a curiosidad, con cada paso y avance que dan, pensamos que hay algo que se nos había olvidado.

Por eso, Cata y Pepa nos delatan a través de sus actos y sus palabras.

Por eso, Pepe y Gema se han empeñado en que sus hijas descubran el territorio en el que viven para amarlo, respetarlo y, por lo tanto, tomen conciencia de poder conservarlo.

Por eso, esa vuelta al campo, a lo que nos conecta con el mundo, porque andábamos un poco desconectados.

Muerte en directo

Rebobinemos una década y un lustro. Llevábamos otro tanto realizando el seguimiento de varias especies de aves rapaces en Bizkaia. Hasta entonces, las cosas habían ido dentro de un margen razonable, aunque ya habíamos publicado artículos sobre el efecto de la meteorología en la reproducción de algunas de las especies que seguíamos, como lechuzas y ratoneros comunes. La vida en esa franja norte de la península, esa que cuando dan los pronósticos del tiempo en la televisión es la excepción del buen tiempo del resto del país, nunca ha sido fácil para especies poco tolerantes a la lluvia, pero era soportable para otras muchas que se habían acostumbrado, al igual que nosotros, al eterno sirimiri. Sin embargo, en 2007 todo empezó a torcerse. Aquella primavera fue azotada por numerosas borrascas, con abundante lluvia, vientos fuertes y descenso anormal de temperaturas. Las consecuencias fueron letales para los anhelos reproductores de muchas de las especies que seguíamos. Tras esa primavera, se sucedió otra igual, y otra, y otra y, aún hoy, estoy esperando a la primavera en la que no haya un fenómeno anormalmente letal.

Todo nos lleva hasta el viernes 18 de junio de 2021 y el nido de águilas pescadoras de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, seguido en vivo por una cámara instalada por el equipo del Urdaibai Bird Center. Esta era la primera pareja que criaba en el norte de la península ibérica. El nido tenía dos pollos de 19 días que eran atendidos con mimo por sus progenitores y era seguido, al segundo, por un atento público que chateaba con asiduidad en los canales asociados. Las semanas previas habíamos tenido tiempo para todos los gustos, desde una galerna, momentos de lluvias intensas, un pico de calor de tres días, etc. Como siempre en estas fechas, yo estaba atento a los pronósticos del tiempo y veía con preocupación como el nido se libraba por los pelos de consecuencias mayores. Eso sí, con una notable atención de la madre hacia sus dos pollitos, a los que tapaba cuando llovía o daba sombra en los momentos de más calor. Pero, la víspera de aquel día todo cambió. Los pronósticos del tiempo mostraban como una DANA (depresión atmosférica aislada en niveles altos) se estaba uniendo a una fuerte depresión atlántica para formar uno de los fenómenos meteorológicos extremos que a base de años he aprendido a temer. Esa noche ya no dormí pensando en las pescadoras, los pollos de alimoche y de otras tantas especies. La experiencia me había enseñado que el momento más crítico es cuando los pollos son medianos, con un tamaño grande como para que la madre los pueda cubrir bien y proteger del frío y la lluvia, y aún pequeños como para haber conseguido la capacidad de termorregular. Así, al día siguiente revisé varias veces la página web para ver cómo se las arreglaba la madre cada vez que llovía para tapar a sus pollos. El día no fue tan malo, pero al anochecer hubo fuertes aguaceros. Aunque la temperatura no bajó de los 16ºC esa noche, al amanecer un pollito ya había muerto. El otro pollito mostraba síntomas de estar mal, con los ojos entrecerrados, la cara pálida y tiritonas. El pollito murió en directo, delante de un montón de gente que se preocupaba por saber qué pasaba. La angustia se apoderó de las redes sociales y, por primera vez, vi que no estaba tragándome yo solo esa congoja de ver como un pollo muere por hipotermia y debilidad.

Sin embargo, en 2007 todo empezó a torcerse. Las consecuencias fueron letales para los anhelos reproductores de muchas de las especies que seguíamos.

Años avisando de los problemas, publicando artículos para demostrarlo, aguantando comentarios insulsos y no había conseguido nada. Me sentía como los científicos que ven cómo, a pesar de avisar una y otra vez, especies como el oso polar estaban sufriendo las graves consecuencias del calentamiento global, sin mayor respuesta que las lágrimas de algunos incondicionales de los documentales. Sí, lo cierto es que edulcorar una noticia con una imagen de una osa con dos ositos rollizos, diciendo que, de seguir así, la especie podría estar condenada, no sirve de nada. En cambio, desgarrar los corazones y las conciencias de la gente mostrando cómo una osa esquelética llora la muerte por inanición de su último cachorro, parece que tiene un efecto notablemente mayor y se queda a fuego en la mente de todo el mundo, al menos unos días, poco más.

Bien, pues volvamos al principio. Cambio climático y calentamiento global. La gente tiene un concepto muy sesgado de lo que es esto y de lo que nos viene encima. Cuando preparaba alguno de los artículos que hemos publicado al respecto, me documenté sobre las predicciones del cambio climático, el comportamiento de los fenómenos meteorológicos extremos, etc. El problema no es solo que vaya a subir la temperatura media del planeta, ¡no! -¡algunos piensan que es un chollo!-, sino que los desajustes climáticos que se derivan de ese aumento de temperatura causan alteraciones en el orden, magnitud y periodicidad de los fenómenos meteorológicos. Así, hasta hace poco más de una década a nadie le sonaba el término de ciclogénesis explosiva, ni de ciclón extratropical y hasta este año nunca se había visto un huracán en Europa. Mucha gente piensa que es cosa de la moda, que antes no se conocía porque la información no llegaba a emplear tales términos. Además, esto no sigue un proceso homogéneo en todo el planeta, sino que, debido a los movimientos atmosféricos y sus presentes y futuras variaciones, habrá zonas en las que se sufran unos fenómenos más que en otras.

Los pollos que consiguieron aguantar ese primer envite, sufren un segundo y un tercero. El resultado es la muerte de prácticamente todos los pollos medianos de la mayoría de los nidos.

Pero, ya puestos, ¿cómo afecta un fenómeno de estos a la fauna? Vamos a sumergirnos en uno de mis seguimientos. Estamos a finales de abril (uno de tantos de los últimos años) y tengo controlados varios nidos de halcón con pollos de distintas edades y algunos aún con huevos. La primavera va como siempre, con tiempo revuelto, ratos de sol, ratos de lluvia y temperaturas suaves, pero se anuncia una ciclogénesis explosiva. Al día siguiente la temperatura se desploma, llueve intermitentemente con mucha fuerza, a veces con granizo, y el viento alcanza rachas de 125 km/h en el cabo Matxitxako. La noche previa no pego ojo por la preocupación que me invade, y esa mañana, pese al tiempo horrible, voy a ver cómo lo llevan algunas de las parejas que tienen los nidos en repisas y oquedades que podrían no tener suficiente refugio. Los halcones que tienen huevos y pollitos pequeños van aguantando, con la hembra y el macho turnándose para cubrirlos y mantenerlos calientes. Los que tienen los pollos grandes, la hembra se pega a ellos y estos resisten estoicamente, empapados hasta los huesos y tiritando. Pero los que tienen esos pollos medianos … La hembra se echa encima de ellos con las alas semiabiertas tratando de abarcarlos, con los ojos cerrados y el plumaje oscuro por el agua que lo humedece. Los pollos se aprietan debajo de su madre, con la mitad del cuerpo expuesto, empapados. La lluvia corre por sus cuerpos desnudos, con el plumón convertido en hilos chorreantes. Los pollos que consiguieron aguantar ese primer envite, sufren un segundo y un tercero, en lo que se convierte en una semana de esas anormalmente fría y lluviosa para las fechas. El resultado es la muerte de prácticamente todos los pollos medianos de la mayoría de los nidos, los huevos y pollos pequeños de los nidos menos protegidos y algunos de los pollos grandes.

Mi angustia no tiene mesura y solo espero que al año siguiente las cosas mejoren un poco, al menos que sea un año como los de antes. Y año tras año mi corazón se encoge viendo morir a todo tipo de pollos por las mismas circunstancias. Este año mucha gente ha compartido esa angustia con los dos pollos de pescadora y sabe de qué va la cosa. Mientras escribo estas líneas, 23 de junio de 2021, apenas alcanzamos 15ºC a media tarde, ha estado lloviendo y llevamos 10 días de fuertes lluvias. Mañana iré a ver cómo están algunos pollos de alimoche, con esa angustia creciendo en mí ante lo que, casi seguro, me voy a encontrar.

Los peregrinos urbanos

Madrid, territorio de caza.

Con unos treinta juveniles volando cada año, las grandes ciudades madrileñas se han convertido en el reservorio del halcón peregrino en el centro peninsular. En la actualidad, son once las parejas -ocho de ellas en la capital- las que añaden un poco de equilibrio natural a la fauna urbana de la Comunidad y procuran alguna que otra alegría a los observadores.

Desviar un río o construir en una rambla lleva asociado, o unas construcciones preventivas enormes, o un buen presupuesto vitalicio para pagar indemnizaciones a damnificados. Lo que es seguro, es que el agua hará todo lo posible por volver a su cauce. Para ello, empleará toda la fuerza necesaria y todas las opciones que la geología, la física y la biología le permitan. La biodiversidad es igual y se abre paso en la ciudad como cuchillo caliente en mantequilla. Basta una primavera para que un diente de león brote entre los adoquines de una acera, un arbusto, para que una oruga de macaón haga su pupa y una ventana atascada para que un colirrojo tizón construya su nido en el interior. Con una cadena trófica esbozándose en cuanto la humanidad se despista, lo normal es que se vayan completando piezas del puzle, tanto en el culmen como en la base de la pirámide. Y ahí entran a jugar los halcones peregrinos urbanos.

De los peregrinos de Nueva York se han hecho varios excelentes documentales; en Londres hay una asociación privada financiada con donativos (http://www.london-peregrine-partnership.org.uk) que vela por la seguridad de la población urbana de aquellos halcones; y en Madrid hay dos biólogos, profesionales de la conservación, que desde hace ocho años, en su tiempo libre, cuidan de los amos del cielo de Madrid. Arantza Leal y Carlos Ponce son la cabeza visible de una red formada por voluntarios y profesionales que hacen posible que la prosperidad de la especie en la capital sea mayor. Un equipo formado por un abanico de personas que va desde los agentes forestales de la CAM y los veterinarios de BRINZAL, hasta los fotógrafos, observadores y vecinos sensibilizados, que vigilan las diferentes parejas, pasando -claro- por la clave de la ecuación: los porteros de las fincas donde anidan, que manejan de manera instantánea información de primera mano sobre los inquilinos alados. Gracias a todos ellos, Leal y Ponce pueden acceder a los nidos para anillar, hacer su mantenimiento y limpieza, estar informados en tiempo real del estado de las nidadas, los desplazamientos, los saltos indeseados de juveniles o conocer, casi al instante, el comienzo de la puesta. Como Alberto -jardinero de profesión en una urbanización de torres de poca altura, en una ciudad de la Comunidad de Madrid- que por su oficio, conocimiento y admiración hacia la fauna, hace de celador particular de una pareja que anida en una jardinera de un 7º piso.

Anillar y comprobar que los pollos están bien requiere la participación y colaboración de distintas personas.

Para lo bueno y para lo malo

Sin embargo, frente a lo que la promesa de emociones venideras podría indicar, los voluntarios forzosos que más ponen para que esto sea posible son los afortunados sufridores anfitriones. Es imposible hablar de este tema sin cierta ambivalencia, ya que la experiencia, sea positiva o negativa, dependerá básicamente del talante y sensibilidad de los hospedadores. Como Maripaz y Pepe, una pareja ya jubilada, con una preciosa casa de gran ventana en el salón que se ven forzados -pero de buen gusto- a tener cerrada y persiana echada la mayor parte del tiempo durante los meses de abril y mayo, y parte de marzo y junio. La consigna es: no molestar, no interferir y no intervenir. La recompensa es, obviamente, presenciar la gloriosa maravilla de la naturaleza en la ventana de su casa. Ellos apoyan un sofá contra la pared de la ventana, dejan unos centímetros de la persiana subida para poder controlar a la vez que entre algo de luz. Sobre el respaldo colocan cojines para impedir que la luz de las lámparas por la noche moleste a los halcones.

El cuidado y seguimiento de la numerosa población de halcones peregrinos madrileños depende de dos biólogos que dedican su tiempo libre sin apoyo económico de nadie.

Pero su caso no es el peor. En otra ocasión, una pareja eligió la ventana del dormitorio en una casa de un solo dormitorio. El anfitrión, por evitar los ruidos de las aves y poder descansar por las noches, se pasó un mes durmiendo en un sofá. ¿O qué ocurre si unos halcones deciden instalarse en la ventana del despacho del presidente de un organismo del Gobierno de España como ha ocurrido este año? ¿Será posible trabajar en esas condiciones? ¿Cómo concentrarse con ese espectáculo -tanto si te interesa como si no- en la ventana? Por no hablar de qué pasaría si en mitad de una reunión de alto nivel aparece un ave de presa con una paloma degollada y tres bolas de algodón con cara de pocos amigos se ponen a chillar. Quizá acabaría con cualquier posibilidad de acuerdo entre las partes. O, quién sabe, el espectáculo serviría de vehículo para desatascar la conversación. La ambivalencia siempre está presente.

Al cuidado de los halcones

Arantza tiene en su móvil la mejor herramienta de seguimiento de los halcones. Mientras espera a conseguir alguna ayuda para poder instalar una mochila de seguimiento GPS en un pollo y así recabar valiosa información sobre la dispersión juvenil, gracias a los grupos de whatsapp obtiene datos continuos de las parejas y sus pollos. En cada uno de estos grupos se reúnen los vecinos, fotógrafos, anfitriones, porteros, trabajadores y aficionados a la ornitología que tienen acceso visual o físico a estas aves: unos once equipos suministrando información continua durante todo el año. Si vienen o van, los nidos que deciden ocupar, rivalidades, dieta, seguimiento monitorizado de todo el proceso reproductivo y situaciones de riesgo, todo, le llega al móvil gracias a la eficacia de esta red.

El trabajo comienza tan pronto como termina la temporada de cría. Hay que limpiar las cajas nido, cornisas y jardineras utilizados para empollar y criar a las proles. Quitar restos de presas, excrementos, plumas y plumón, pero también, en algunos casos, desinfectar para eliminar la posible presencia de parásitos. Ya se dio, hace unos años, la muerte por tricomonas de un ejemplar, aunque la intervención de Leal y Ponce evitó que su hermano tuviese el mismo fin.

Los pequeños halcones crecen con una excelente y copiosa dieta gracias a la nutrida despensa al alcance de los progenitores.

Con el final del invierno, las parejas eligen el nido que utilizarán esa temporada dentro de sus zonas de caza. Estos no son siempre los mismos, aunque exista la tendencia a repetir emplazamiento. Las áreas de reproducción y caza son poco permeables a otros ejemplares y son establecidas y defendidas por las hembras, que permanecerán fieles a un macho… siempre y cuando no aparezca un candidato a padre de mejores características. Estas áreas que toman en propiedad son muy amplias y limitan la cantidad de ejemplares posibles que la ciudad puede albergar. Así, de sur a norte, en la capital se encuentra una pareja en Carabanchel, en la planta 23 de un gran hospital; para encontrar la siguiente área habrá que irse hasta Vallecas. Más al norte, hay una pareja en Torrespaña en ‘El pirulí’ y otra en las cercanías del parque de El Retiro. Esta proximidad de territorios es posible gracias a que los cazaderos de estos ejemplares se encuentran en direcciones opuestas, siendo uno el jardín antes mencionado y, para los otros, el enorme cementerio de la Almudena. La mítica pareja del Bernabéu -que pasó a la historia de la cinematografía ya que retrasó el rodaje de una escena que ocurría en la azotea de Torre Picasso, de la película Abre los ojos (1997) de Alejandro Amenábar, porque se hallaba en periodo reproductivo- cambia de lugar de nidificación con cierta frecuencia, ya que tiene todas las torres del skyline a su disposición. El siguiente coto privado está situado al noreste de este, mientras que en la Torre del Museo de América se sitúa el más norteño de los territorios, accesible para la observación por parte de los aficionados. Allí ocurrió lo que, a juzgar por la gravedad del rostro de Arantza al recordarlo, debió de ser uno de los más amargos tragos en su relación con estos falcónidos. Un ejemplar juvenil saltó del nido y de alguna manera y a mucha velocidad acabó colisionando con un cable. Apareció con una fractura abierta del ala y, a pesar de los cuidados que se le dispensaron, resultó finalmente incompatible con la vida en libertad.

Anillarlos puede ser tan sencilla como abrir la ventana del salón de Maripaz y Pepe o puede suponer que los agentes forestales tengan que escalar hasta el nido para coger los pollos.

Y ese es otro de los momentos fuertes de trabajo para Carlos y Arantza: los saltos de juveniles. Normalmente (como es el caso del primer vuelo que pudimos presenciar hace unos días), el halcón que se hace al aire por primera vez da un primer vuelo más o menos torpe que le lleva a otro punto elevado, siempre bajo la atenta mirada de uno de sus progenitores. En ese primer salto habrá podido probar las alas, comprobar los efectos de las térmicas y tener sus primeras impresiones sobre el control de la dirección, la velocidad y el aterrizaje. Tras descansar y recapacitar, se volverá a echar al cielo en dirección a otro punto elevado, pero quizá dé alguna vuelta más y así, poco a poco, tendrá todo el dominio de sus alas. Pero en ocasiones, más de las deseadas, en ese primerísimo vuelo no encontrará un buen lugar para posarse y el animal terminará con sus alas en el suelo, sin mayores problemas. Lo que en la montaña sería un pequeño esfuerzo hasta encontrar un sitio prominente para retomar el vuelo, en la ciudad supone una situación de mucho riesgo. Gracias, una vez más, a los comandos de observación de whatsapp, pasan pocas horas hasta que Arantza y Carlos consiguen movilizar a los agentes forestales para rescatar al halcón y proceder a su recuperación o reincorporarlo al nido, según convenga.

Protección.

Antes de ese periodo -bastante estresante para Arantza y Carlos, por pasarse dos semanas en un estado de continua alarma- tienen el mejor momento del año, ese que sirve de recompensa emocional a todos los esfuerzos altruistas: el control y revisión sanitaria y anillamiento de todos los pollos accesibles del año. Tras gestionar los permisos y autorizaciones, poniéndose en contacto con los propietarios, inquilinos o instituciones afectadas, coordinan a agentes forestales y veterinarios voluntarios de BRINZAL y fijan las citas para ir a visitar todos los nidos. Los pollos son marcados con anillas tradicionales y también con las de lectura a distancia de PVC. Se toma nota de sexo, peso y estado físico general tras inspección visual. Esta operación puede ser tan sencilla como abrir la ventana del salón de Maripaz y Pepe o puede suponer que los agentes forestales tengan que escalar hasta el nido para coger los pollos.

El resultado.

La ausencia de depredadores, las condiciones ambientales benignas, la intervención veterinaria y los rescates, cuando son necesarios, sumados a la total ausencia de cainismo, hacen que el índice de supervivencia de los pollos sea de prácticamente el 100%. La enorme despensa a disposición de los peregrinos urbanos logra que lo habitual sea la puesta de tres huevos y que el alimento sea abundante y no escasee, ni siquiera los días de mala meteorología. La dieta está basada en la paloma doméstica y complementada con tórtola turca, vencejo y cotorra argentina. Curiosamente, elegir uno u otro complemento va más con los hábitos de la pareja reproductora que con la disponibilidad de esas especies. Parece haber ejemplares que se decantan por los vencejos, como pudo verse hace un par de años a través de las cámaras instaladas en el nido de Alcalá de Henares. Otros prefieren las cotorras, como el duplo ‘carabanchalero’.

En cualquier caso, el resultado es que de los cielos de Madrid salen cada año aproximadamente 30 ejemplares, que se distribuyen en un primer momento por el sur y sureste de la comunidad y partes de Toledo. Existen pocos datos de sus movimientos posteriores y los que se conocen de su dispersión temprana, por desgracia, son debidos a la recuperación de los cadáveres de los juveniles abatidos en la media veda. Bien sea porque vuelen tras los bandos de torcaces y sean “confundidos”, bien porque los halcones no pagan cuota en el coto. El resultado es que desde que se anillan sistemáticamente han sido recuperados cuatro ejemplares tiroteados. Obviamente, esta cifra es solo una mínima parte de la total, ya que encontrar animales heridos o muertos en el monte no es cosa sencilla.

Para el habitante de la ciudad, los peregrinos urbanos pueden ser unos juveniles chillando y ejercitando sus alas en una torre o un adulto en su ventana.

Y para los observadores y fotógrafos.

Por desgracia, la seguridad de los halcones no está garantizada y el expolio de nidos con fines económicos es un fantasma que siempre acecha. Por otro lado, pero en la misma línea, preservar la seguridad y bienestar de los animales es lo principal. Para lograrlo es fundamental que las personas que conviven con los halcones en su día a día, que se ven forzados a mantener inutilizadas ventanas o balcones durante varios meses al año, no tengan otros inconvenientes añadidos. Y tener a media docena de fotógrafos u observadores enfocando su privacidad con potentes telescopios y teleobjetivos puede llegar a ser, no solo un inconveniente, sino un motivo de denuncia. Por esta razón El Vuelo del Grajo mantiene las ubicaciones de los nidos en el anonimato.

La buena noticia es que el nido con mejor visibilidad de todos los existentes, con las zonas circundantes más despejadas, y que permite seguir las evoluciones en vuelo y donde los posaderos son fácilmente localizables, es además perfectamente visitable. El nido es absolutamente inaccesible y nadie vive en varios centenares de metros a la redonda. Nos referimos a la pareja del Museo de América, que dispone de dos cajas nido en la destacada torre del edificio. Si no hay cambios, a partir de marzo de 2022, se podrá disfrutar un año más del espectáculo de los peregrinos urbanos.

El audio de lectura corresponde al anillamiento de tres pollos de peregrino en el salón de una casa.

El vuelo de la graja

El estudio “La Graja en España. Población reproductora en 2011 y método de censo”, cuyo autor es Javier García Fernández, ha sido, junto a los avistamientos recopilados en E-bird, nuestra fuente principal de información para localizar y conocer las colonias. Hemos hablado también con Nicolás López, delegado en Asturias y responsable del Programa de Conservación de Especies de SEO/BirdLife, que nos ha puesto al día sobre la situación de esta especie. En el año de la publicación mencionada existían 16 colonias estudiadas. En nuestro viaje hemos elegido, por ser las más emblemáticas, 9 de ellas. De nuestra experiencia leonesa más personal y “grajeril” sabréis un poquito más adelante, ahora toca informar sobre su situación real.

La graja de la península ibérica proviene de la glaciación que se produjo en el norte de Europa y Asia hace 18.000 años

La población española de graja fue descubierta por primera vez en los años 50 del siglo pasado, aunque su origen según el artículo “Diversidad genética, diferenciación y origen histórico de la población aislada de torres Corvus frugilegus en Iberia data la posible migración de algunos ejemplares hacia la península ibérica buscando zonas más templadas, en la glaciación que se produjo hace 18.000 años en el norte de Europa y Asia. La distribución de grajas por la península era mucho más amplia que actualmente. Los vestigios actuales de esa migración están localizados únicamente en la provincia de León. Además, gracias a estudios realizados sobre el ADN extraído de ejemplares ibéricos, comparado con el proveniente de individuos europeos, se ha concluido que no ha habido comunicación entre ambas poblaciones, incorporando así un altísimo valor genético e histórico a la población española. Desde los primeros censos realizados en León, en la década de 1970, hasta la actualidad, la graja ha tenido diversas variaciones en su crecimiento demográfico, pero la reducción de sus, ya pocos, núcleos localizados de cría es evidente. El último censo, aún sin publicar, hecho en 2020, confirma que existen aproximadamente 1.400 parejas reproductoras, aunque el número de colonias de cría donde sobreviven sigue en declive. La cifra podría parecer elevada, pero hay que tener en cuenta que la naturaleza social y la etología de esta ave hacen que su hábitat sea muy restringido, con lo cual la alerta sobre su situación es muy alta.

El número de colonias de cría sigue en declive

Colonia de Villadangos del Páramo

En 2019, en Villadangos del Páramo, en plena época de cría, se talaron varios de los chopos utilizados por las grajas como lugar de nidificación, lo que provocó la caída de los pollos que estaban dentro de los nidos. Ese mismo año, en un bando publicado por el alcalde se animaba a los vecinos a enviar al ayuntamiento quejas sobre esa misma colonia de grajas. De esta manera, decía, se podrían conseguir las autorizaciones pertinentes para su “traslado” (sic). Para los expertos y no tan expertos esto supondría, evidentemente, la destrucción de ese punto de reproducción. Este hecho puso en alerta a varias personas y organizaciones conservacionistas que intervinieron y lograron la paralización de la tala, la retirada del bando y la publicación de otro en el que el mismo alcalde instaba a la conservación y la importancia de este asentamiento y de la graja en general.

Al observar esta colonia es muy notable el uso, como material de construcción para el nido, de cuerda sintética, empleada habitualmente en agricultura y ganadería. De hecho, existen restos de lo que parece ser un cercado perimetral de la colonia, fabricado con este material. La presencia habitual de este producto en los nidos es la causa frecuente de muerte de los pollos, que quedan enganchados con ellas y finalmente acaban colgados de los nidos. Previamente a nuestra visita, se pudieron localizar los cadáveres de un juvenil y un adulto de la especie, que, por la posición y situación en la que se encontraban, se optó por denunciar, ante la posible comisión de un delito contra la fauna.

La muerte de algunos ejemplares por accidentes, hasta cierto punto comprensivos, derivados de convivencia próxima con los humanos, no debe convertirse en un problema real para la supervivencia de la colonia. Pero la confluencia de factores, así como el frecuente, y más difícil de atajar, atropello de ejemplares en la muy transitada carretera, hacen que sea importante una intervención para su limpieza, así como su cuidado y protección.

La graja tiene que ser protegida

La graja debería catalogarse a nivel legal como especie “en peligro de extinción”, puesto que cumple los criterios de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) como para estar incluida en la categoría de “en peligro”. Las competencias en materia de protección de especies las regulan las Comunidades Autónomas. En el caso de Castilla y León no existe Catálogo de Protección de Especies, junto con Cataluña son las únicas que, a día de hoy, no lo tienen. Aún así, a nivel estatal sí tenemos un Catálogo Español de Especies Amenazadas en el que la graja debería estar incluida y por lo tanto quedaría protegida. En ninguno de los dos catálogos figura. En ninguno. Solo queda la esperanza de que desde instituciones y organizaciones privadas se solicite su inclusión. Y aún así, no se garantizaría su protección, ya que frecuentemente se ve su labor por tierra con las votaciones en negativo por intereses de otra índole, del Ministerio y de las propias Comunidades Autónomas, a pesar de tener a la comunidad científica a su favor. Según nos cuenta Nicolás, después de recabar datos del último censo realizado y de la evolución de su población y distribución, la graja se incluirá en el nuevo Libro Rojo de las Aves de España con la categoría de “en peligro”, gracias a la evaluación del estado de conservación que han hecho los especialistas en la especie Javier García Fernández y Pablo Salinas López. De esa manera, podrán solicitar su inclusión en los catálogos. Veremos si nuestros gobiernos saben responder a este grave problema.

A lo largo de todos estos años, lo que se ha podido comprobar es que el peligro para la supervivencia de las colonias está causado por la tala de los árboles dónde nidifican, el disparo y envenenamiento de ejemplares, el desarrollo urbanístico, los conflictos que se generan al estar ubicadas gran parte de ellas cerca de núcleos urbanos y la creencia de que hacen un gran daño a las cosechas. A todo esto, se suma la herencia de tradiciones que albergan parte de la población con respecto a los córvidos, esos pájaros negros escandalosos de mal agüero. La graja es un ave omnívora, que, efectivamente, come semillas y cereales, pero también se come las especies, animales y vegetales, que perjudican a la agricultura. Los daños que puede causar son mínimos, más quizá en huertos particulares, y, además, como señala Nicolás, podrían estar compensados económicamente por la Consejería de Medio Ambiente de Castilla y León.

Desde El Vuelo del Grajo

Muchos leoneses se sienten orgullosos de la graja por ser su pájaro por excelencia: el pájaro cazurro, como es frecuente leer. Parece que cuando se suma la palabra “nuestro” a patrimonio o a ave, el bicho en sí adquiere más valor, como si se tratara de una posesión. La graja no es de nadie, pero los territorios donde anidan, donde descansan, donde duermen, los compartimos, es por esto, por lo que debemos conocerlos y cuidarlos, ya que somos los que tenemos la capacidad de gestionarlos. Suerte tenéis leoneses de poder disfrutarla y deber de protegerla, ahí radica el orgullo.

Estos días descubríamos la increíble habilidad de vuelo de las grajas y la maravilla de encontrártelas en pleno núcleo urbano; dabas la vuelta a la esquina y ahí estaban con sus llamadas. Nicolás nos dice que ir por las calles y que te vuelen las grajas encima solo ocurre ya en tres sitios del Estado. Esperamos que el vuelo que lleva tu nombre, querida graja, sea testigo y narrador de un futuro en el que tus graznidos y destrezas aéreas sigan viéndose en los cielos leoneses, esos que no son de nadie, pero que nos regalan vida.

Agradecimientos a Luisa Abenza y Nicolás López por su colaboración y generosidad.